viernes, septiembre 17, 2010

El absurdo -Salomé Cisneros

El absurdo quería sumergirse en una flor, salir y envolverse del polen amargo de los días, El absurdo sintió que los vacíos se tornaron piedras gigantes, piedras pequeñas y medianas. Tropezó y aunque eso era muy humano algo detenía su camino, no podía seguir andando por ahí sin pies y sin rodillas sobre las cuales caer. Él era solamente un vestigio de sueño que se deslizaba sobre la espiral de la ausencia de sus propias entrañas. El absurdo salió en busca de un corazón. ¡Si tan solo encontrara uno! Si así fuera, el tallaría con sus manos cada una de las venas, tejería su cabello y éste crecería cada luna. Si encontrara un corazón y un latido hiciera el absurdo con su propio aliento la ría de su sangre.
Exterior ingrávido, sonido de una estrella muriendo (3:33 pm) El absurdo recorrió con prisa el desierto blanco, tuvo temor de que algún guardián del universo notara que corría por allí un suspiro intentando atravesar el abismal desierto de los decapitados y los sueños olvidados. Se encontró frente a frente con la pirámide roja, alcanzó su altura y encontró un par de bellísimas perlas que bien podía utilizar de ojos, se los puso y cayó en un profundo sueño. Se soñó desnudo y descalzo, acercándose al mar de los dolores mientras más cerca estaba al mar sangraba y se desintegraba. Convertido ya en cenizas se reunió con la arena. Despertó antes del parto, sintió dolor y conoció a su madre. Al absurdo sus padres le pusieron un nombre. Tuvo cédula de identidad y tarjeta de crédito. Olvidó su aventura, el absurdo no recordaba nada.
El pobre absurdo, el pobre incógnita empezó a recordar cuando la muerte lo arrastraba con fuerza al desierto blanco al que siempre perteneció.


Salomé Cisneros.